viernes, 20 de diciembre de 2019

Reseña de "Alegría"



 





Título: Alegría
Autor: Manuel Vilas
Editorial Planeta, Barcelona 2019
Número de páginas: 351










 Me decidí a leer este libro atraída simplemente por su título y después de estar leyendo los dos primeros capítulos me planteo si puede haber almas gemelas, me parecía estar hablando conmigo misma. Nacidos en una misma década, de una misma tierra natal, pertenecemos a la generación de la E.G.B., el B.U.P. y el C.O.U., la generación de las siglas y los eufemismos que intentaban borrar un pasado donde la dictadura había degradado hasta las profesiones tan honorables como la de “maestro de escuela”. Disfrutamos nuestros jóvenes tiempos de Universidad en la misma ciudad viviendo los coletazos de una transición política donde los universitarios zaragozanos lejos de la movida madrileña seguíamos cantando Libertad sin ira. Las mismas montañas en invierno y los mismos atardeceres en las playas de Cambrils en verano. Igualmente, montados en el icónico seat 124 en los viajes en familia y conduciendo en mi caso el seat 127 uno de “los utilitarios que triunfaban en la España de aquel tiempo”. Comenzamos a fumar como “conducta social que uniformaba” “Ayer fumábamos. Hoy miramos un teléfono. Somos lo mismo.” O quizá no “Yo creo que estoy vivo, y me produce una enorme alegría estar vivo, y creo que aquellos que fui siguen vivos en mí, aunque ya no existan”
No es un libro con planteamiento, nudo y desenlace, es un libro donde a través de los distintos lugares que visita por el éxito que ha tenido con su anterior libro, el contacto con los objetos que le rodean y las personas con la que se relaciona nos abre la puerta a su interior y nos desvela un universo común a muchos.
Es de esos observadores incansables de la vida en los hoteles, en los supermercados, en las estaciones o en los aeropuertos “Me dedico a ver la intensidad con que se saluda la gente. Imagino los vínculos por la clase de abrazos, por los besos, por las sonrisas.”  William James, un psicólogo estadounidense elaboró una teoría sobre las emociones que sigue teniendo repercusión en la actualidad y decía que estamos alegres porque reímos, quizá en nuestra edad adulta esto se da con más frecuencia que en nuestra infancia o juventud que todo resulta más espontaneo. Hay un precioso párrafo donde Manuel Vilas nos cuenta la alegría que sintió cuando le regalaron unas chanclas de pequeño y reclama su necesidad de volver a sentir la misma alegría. En otras ocasiones esta emoción no es tan fácil, sino que se presenta con muchas aristas como en la callada alegría que manifiesta al acompañar a su hijo para comprarle un regalo a sabiendas que cuando pase el tiempo ese momento formará parte de los recuerdos de su hijo y no quiere estropearlo con detalles que puedan echar a perder esos instantes como ahora están formando parte en él los recuerdos de su padre. Lo echa de menos, lo reconoce en todos sus gestos, sus costumbres, sus pensamientos, cuando coloca las zapatillas al lado de la cama de la misma forma que lo hacía su padre, o le toma la fiebre a su mujer con el mismo gesto que hacia su padre con él y con su hermano, o cuando se ponía el abrigo que le regalo su padre y se da cuenta que es el mejor que ha tenido nunca. “Al principio, no le das importancia. El paso del tiempo, sin embargo, te revela lo importante que es. Los detalles son siempre importantes porque la vida son solo los detalles de la vida.” Todo su relato es un derroche de emociones: la ilusión, la belleza, el silencio, la soledad, la bondad, el arraigo, la raigambre, la providencia, la misericordia, la resignación o la pureza se convierten en sinónimos de la alegría. Aunque “que incomprensible es la alegría, que a veces también se pone la máscara de la desesperación”. También toca el tema del amor “Expresar el amor tiene su complejidad. No basta con decir “te quiero” la transmisión del amor necesita materialidad”. Cree en la institución del matrimonio, pero como alianza entre dos seres humanos “Ella se quedará en Zurich y yo me iré en un avión, ascenderé hasta las nubes, sobrevolaré los Alpes, y ella seguirá en casa, estaremos a miles de kilómetros de distancia, pero la belleza seguirá en nuestros corazones”.
Es un escritor muy original con estilo propio no había leído nada igual, pero sin embargo me ha hecho sentirme como en casa, quizá porque como él siento nostalgia de Aragón, de nuestra tierra y también como él recuerdo a Francisco de Goya, a Joaquín Costa, a Luis Buñuel y hasta Santiago Ramón y Cajal. Y recuerdo que Goya también tuvo cuadros en los que pintó la alegría y tiene muchos aunque a los galeristas sólo les gusta sus pinturas negras. Y ahora también recordaré Manuel Vilas y a Fermin como hombres ilustres aragoneses.
La gallinita ciega, Francisco de Goya y Lucientes, Museo del Padro

Quizá forme parte de su estilo, pero al terminar el libro me ha quedado un cierto poso de preocupación porque aparece también como un escritor atormentado de la vida perseguido por la constante necesidad de tomar barbitúricos, me pasó algo parecido al terminar de leer a Hemingway en Adiós a las armas, aunque en este caso tras la historia contada aparece un escritor atormentado que no cesa de beber.  En cualquier caso, podríamos definir como se muestra Manuel Vilas en este libro, podríamos entrar en debates filosóficos acerca de los conceptos y emociones que define, podríamos elucubrar sobre lo nuevo de su estilo literario pero lo que considero esencial es que el libro te lleva a reflexionar sobre la vida y la importancia de haberse sentido querido por las personas que ya no están y el futuro de las que quedan. Tarde o temprano todo quedará convertido en alegría.












martes, 12 de noviembre de 2019

Reseña de " El verano sin hombres"



 






Título: El verano sin hombres
Autora: Siri Hustvedt
Editorial Anagrama, Colección Compactos, Barcelona
Traducción de Cecilia Ceriani










Siri Hustvedt era una desconocida para mi hasta que a través de los medios me enteré de que le había sido concedido el Premio Princesa de Asturias a las Letras. La escuché en el discurso de la entrega de premios y me quedé cautivada por su autenticidad y elocuencia. Si escribe como habla, en el mejor sentido de la palabra, sus libros tienen también que capturar al lector, me dije. Solo quedaba elegir el libro que más le representaba. Descubrí que además de ficción escribía ensayos y poesía, pero me decanté por las novelas, quería saber cómo fotografiaba a la mujer alguien que “había decidido no ser educada y no quedarme callada” como ella misma nos declara en su discurso. Me arriesgué con la novela El verano sin hombres que en principio sólo por el título me pareció la típica novela feminista con el típico argumento, de una mujer típica en una sociedad no tan típica. Pero una vez leído desmintió mis prejuicios, yo la hubiera titulado Las edades de la mujer. El argumento es una excusa para entregarnos a una mujer que en un diálogo constante con el pasado y con su presente nos muestra todas sus debilidades y fortalezas a lo largo de su vida. Aunque la autora no se centra en un solo personaje ni sigue  un orden cronológico para contarnos la historia “seguir un orden cronológico suele ser un recurso narrativo sobrevalorado” yo empiezo por  Flora, una niña feliz con sus juegos “y pasé a ser espectadora de su parloteo, bailoteo y canturreo” pero que necesita de un objeto de apego, una peluca de rizos, para superar los celos al hermano y las discusiones de sus padres ; a Emma, Ashley, Peyton, Alice, Jessica, Joan y Nikki, un grupo de adolescentes que “sus “yo” estaban revueltos e intentaban descubrir lo que significaba tener otro papel en la vida, ponerse en la piel del otro, pertenecer a otra familia, a otro lugar”; Lola, la joven vecina casada con Pete un hombre que por su trabajo viajaba mucho, tienen dos hijos: Simón, un bebé de meses y Flora la niña que antes he nombrado. Lola había estudiado una diplomatura de arte pero se dedicaba a su familia, aun así en los ratos libres intentaba ser ella misma haciendo joyas para vender “cruzó mi mente la incómoda certeza de haber carecido casi siempre de un espacio para mí y lo mío, de haberme visto limitada a garabatear algo durante un momento robado”; Mia la protagonista, una mujer más allá de la mitad de la vida que la retrata como esposa abandonada y madre de Daisy que lucha contra el estigma de la enfermedad mental, aparentemente fuerte sin trabas para conseguir la libertad pero “...la culpa, la debilidad y la angustia de pensar que si tanto me esforzaba en ser admirada y amada sería porque en realidad, era un ser insignificante”; y al final de la vida, Los Cisnes: Georgiana, Regina, Peg, Abigail y su madre, cinco ancianas de más de ochenta años que habían sobrevivido a los hombres y aun siendo conscientes de que la muerte les podía sorprender en cualquier momento “compartían una fortaleza mental y una autonomía que les otorgaba un envidiable lustre de libertad”.
En las primeras líneas conocemos ya el argumento de la novela, Mia Fredricksen una escritora que le abandona su marido, un reconocido científico, por una compañera de trabajo, ella después de toda una vida de convivencia con él le cuesta mucho superarlo hasta tal punto que cae en una enfermedad mental. Ella es hospitalizada, experiencia que le dejará marcada y que nunca olvidará. Cuando se recuerda en aquellos momentos no se reconoce, como no le reconocía su hija cuando iba a visitarla, aparecía bajo los efectos de la medicación, rígida y sin expresión, aniquilada de sus emociones. Y ¿quién da más? Además de tener que superar el abandono de su marido y el estigma de una enfermedad mental nos habla de lo que tuvo que superar en el colegio cuando era joven, del ostracismo al que le sometieron sus compañeras  y como borraron su identidad “En aquella época yo sentía como si alguien me hubiera echado una maldición, algo que no podía demostrar, solo intuir, porque los crímenes eran menores y en su mayoría ocultos… las burlas y los murmullos, las llamadas telefónicas anónimas, el silencio como respuesta”. Para recuperarse vuelve al pueblo de su infancia donde vive su madre en una residencia de ancianos. Allí inicia un taller de poesía con las jóvenes adolescentes y en donde nos dice “Ya no estoy loca estoy dolida”. Recibe anónimos que le critican su comportamiento, en un principio le asustan, pero conforme van siendo más explicativos parece reconocer al autor incluso llega a esperarlos como si de un confidente se tratara.
Hustvedt escribe en primera persona con un lenguaje directo, audaz y melancólico. Descripciones familiares, afectivas llenas de naturalidad y ternura. Algunas veces con guiños eróticos con el hermetismo que encierra el lenguaje. Es un libro lleno de contrastes, nos habla de las esperanzas de una juventud que tiene todo el tiempo por delante frente a la situación de las ancianas, sus pérdidas de memoria y la espera a la muerte. Contrasta las actitudes de los hombres, de sus silencios, de la falta de comunicación sobre sus emociones frente a las mujeres que desnudamos el alma entera con el simple hecho de escuchar a Beethoven. Nos regala momentos cinematográficos cuando hace paralelismos de las situaciones de sus protagonistas con el cine. “Todos debemos dejarnos llevar por la imaginación y proyectarnos, de vez en cuando, para tener la oportunidad de ataviarnos con esos trajes largos y esos fracs de un tiempo que nunca fue ni será”.  Científicos, filósofos y escritores deambulan por sus narraciones y también intercala poemas, cartas, correos electrónicos y continuos guiños al lector.
Si yo hubiera escrito el libro a la condición de relegada de la mujer hubiera añadido el retrato de una sociedad que no muestra solidaridad y ayuda cuando se sufre el abandono de tu marido y además te encierran por una psicosis reactiva. En esas circunstancias donde la mujer está siendo víctima “mucho de lo que nos pasa depende del azar, de cosas que escapan a nuestro control, depende de otros”  hemos sido testigos que la familia y amigos la  someten  al tercer grado culpándola de la situación, llenándola de reproches y lo que es peor creando una espiral de silencio donde no puede expresar sus emociones. Mia recibe apoyos y no se siente castigada socialmente por ello. Es envidiable como su hermana en cuanto se entera de su hospitalización toma un avión y va a visitarla para darle el apoyo que en esas circunstancias se necesita. En nuestra sociedad incluso son los propios médicos los que le dirían que cómo ha llegado a esa situación, los médicos que reclaman que no haya estigmas sociales con los problemas de salud mental son los que estigmatizan a los propios enfermos incluyéndolos en el grupo de síntomas que su ordenador les permite escribir sin preocuparse sin son o no fieles a la verdad y ofreciendo como único tratamiento el farmacológico. Leer que Mia recibía apoyo de su medica por teléfono, que en plena recuperación de su enfermedad la sociedad le permiten realizar un taller con adolescentes, que tenga el apoyo de su hermana, me parecía estar leyendo la situación de una sociedad muy lejos de la que nosotras vivimos.
El final no lo voy a desvelar, pero tampoco creo que sea concluyente. Puede ser el que Siri Husvedt nos escribe o podría ser otro, pero creo que eso no importa ni siquiera para la propia autora, lo importa es que Mia, no sea una criatura aislada que interaccione con los demás y vaya acumulando información sobre sí misma y la vean de verdad.

Siri Hustvedt en la entrega del Premio Princesa de Asturias a las Letras
No sé si este libro es el que más le representa, sí sé que no es el que más fama le ha dado, os aconsejo leerlo porque además de disfrutar de su calidad literaria nos permite romper el silencio sobre lo que nunca se escribió. “Amables lectores que estáis ahí fuera. Solo quería que lo supieseis”. En una entrevista que le hicieron le preguntaron si era autobiográfico porque encontraban muchos paralelismos con su vida, ella dijo que todos los autores se apoyan en las experiencias vividas para escribir, pero porqué no hacian esa pregunta nunca a los hombres.

domingo, 27 de octubre de 2019

Reseña de “El guardián entre el centeno”



 




Título: El guardián entre el centeno
Autor: Jerome David Salinger
Alianza Editorial, Madrid (2018)
N.º de páginas: 279







El guardián entre el centeno es uno de esos libros que una profesora debería tener y por supuesto haber leído. Yo habiendo sido profesora confieso que ni lo tenía ni lo había leído. Cuando comencé a trabajar los alumnos que tenía eran adolescentes y recuerdo que elegir libros para introducirles en el mundo de la literatura era muy difícil. Yo siendo también joven elegía más bien libros de actualidad e incluso revistas sobre la música que ellos escuchaban como el heavy metal con tal que vinieran al instituto y no se escaparan como le sucedió al protagonista de la novela, Holden Caulfield. No recuerdo cuando conocí la importancia de este libro para las clases de literatura en los institutos, pero si recuerdo que cuando lo conocí lo rechacé de entrada sólo porque era un libro publicado hace mucho tiempo en 1951 y pensé que estaría lejos de los problemas de la actualidad de mis alumnos. Estaba equivocada, es universal. En boca del mismo protagonista: “Los que de verdad me vuelven loco son esos libros que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera amigo tuyo y pudieras llamarle por teléfono cuando quieras”.
Según me he informado el autor del libro tampoco fue un buen estudiante y empezó a trabajar en el negocio de alimentación, fue soldado en la segunda guerra mundial y afectado por ello y por perder a su novia tuvo que recibir tratamiento. Tuvo dos hijas y varias parejas. Murió mayor, a los 91 años, pero sin embargo dejó de escribir muy joven, quiso aislarse del mundo y de los contactos sociales y se convirtió al hinduismo. Creo que es su única obra publicada, aunque tiene otras inéditas. La publicación de esta novela tuvo muchos problemas por el lenguaje provocador y por retratar de una manera abierta la rebeldía adolescente. Hay toda una leyenda negra alrededor del libro, como que ha sido el referente de algunos asesinos y rebeldes. Pero después de haberlo leído me viene a la memoria una conversación con una amiga acerca de que las lecturas que hacemos cada uno de los libros no son las mismas siendo los mismos libros para todos.
La novela narra la experiencia de Holden Caulfield unos días antes de Navidad. Tiene dieciséis años y acaba de ser expulsado de la escuela de Pency por tener malos resultados en sus estudios.” No me gustaba nada de lo que pasaba en Pency. No puedo explicarlo. Vamos contéstame- le dijo”. Así que no espera a las vacaciones para marcharse, coge el dinero que le queda, la maleta y se va sin decir nada a sus padres. En las primeras cien páginas, Holden ya es como de la familia para el lector, le conoces a él, conoces a su familia, a sus amigos, a sus no tan amigos e incluso a sus profesores. Todo en un lenguaje llano y coloquial como lo utilizaría un adolescente, pero sin rayar en la vulgaridad o lo grotesco. Cuando se escapa se siente sólo, siente la necesidad de hablar con alguien, va a salas de baile, consigue salir con Sally, una amiga, van al teatro, a patinar, llama a Jane, la que siente realmente como novia “con Jane ni siquiera tenías que preocuparte de si te sudaba la mano o no. Sólo te dabas cuenta de que eras feliz. Eras feliz de verdad”. Reflexiones como esta y como las que hace sobre su familia hace que te parezca imposible que la historia de este muchacho sea un referente para ningún asesino. Se acuerda de su hermano muerto de leucemia, al que dedica en su clase una preciosa redacción sobre un guante de beisbol y añora a su hermana Phoebe, una niña pelirroja de diez años cuando visita el museo que ella también había visitado con el colegio “Pensé en que vería las mismas cosas que había visto yo y en que ella también sería diferente cada vez que las viera”. “Ciertas cosas deberían seguir siendo como son. Deberías poder meterlas en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas en paz. Sé que es imposible, pero de todos modos es una pena.” Y a través de los detalles nos la podemos imaginar con su inocencia y su bondad en el día a día “sobre el asiento había puesto la blusa y las demás cosas. Los zapatos y los calcetines estaban en el suelo, justo debajo de la silla, uno al lado del otro”. Salinger escribe con sencillez, frescura y naturalidad y lo normal se convierte en extraordinario. “Luego, sólo porque sí, le di un cachete en el trasero”. Conocemos el ambiente de la América de entonces, su música, su cine, sus libros y también de la sociedad. Critica la falsedad y la hipocresía. “El padre llevaba uno de esos sombreros gris perla que llevan mucho los tíos pobres cuando quieren parecer elegantes”.  Costumbrista y sensible, retrata muy bien el carácter y las inquietudes de los niños “Eso es lo bonito que tienen los tiovivos, que siempre tocan las mismas canciones”
 Nuestro personaje nos habla directamente, está narrado en primera persona y nos cuenta toda su historia como en una interlocución con los lectores. Una de las partes más formativas para los adolescentes que lo lean está en el capítulo veinticuatro donde el profesor Antolini hace una preciosa reflexión sobre la búsqueda del ser humano, decidir quién ser, estudiar, formarse para dirigirse a nuestras metas, preciosos consejos acerca del valor del estudio “averiguar la talla de tu inteligencia” Aunque nuestro querido Holden responde como es de esperar en un adolescente “Cuantas más vueltas le daba más me deprimía y me confundía. Me pasé allí sentado, creo que una hora. Al final decidí marcharme”.
Campo de cebada con segador al mediodía (1889) a la izquierda, Figura de escolar (1890) a la derecha, Van Gogh
Pero sí, nuestro personaje es rebelde hace lo que otros no harían como escaparse de su escuela, no decir nada a sus padres, ver a su hermana a escondidas, pedir alcohol siendo un menor, no aceptar prostitutas del ascensorista, escaparse de la casa del profesor porque le acaricia la cabeza mientras duerme o llamar a su amiga Jane en mitad de la noche. Pero quien no se ha sentido tentado a llamar a alguien en mitad de la noche para aclarar esos conflictos que te quitan el sueño o parar a tu vecino para preguntarle porque ya no te saluda. Pero no lo hacemos quizá porque no queremos ser guardianes entre el centeno, preferimos ser abogados, médicos o funcionarios, que unos se tiren al centeno y se caigan por el precipicio no es cosa nuestra, somos personas adultas y no unos adolescentes inconscientes. Y aquí está la clave del título. Holden vuelve a casa para despedirse de su hermana Phoebe, y en la conversación con ella le pregunta que le gustaría ser y él contesta con un precioso párrafo que le gustaría ser el guardián entre el centeno de la canción que cantaban juntos basada en el poema de Robert Burns. Mas adelante casi al final del libro hay una bella escena en la que Holden se convierte en guardián de su hermana montada en el tío vivo, pero entonces sus pensamientos son otros ¿o quizá no? “Lo que tienen los niños es que si quieren alcanzar la anilla dorada hay que dejar que lo hagan y no decir nada. Si se caen, qué se caigan, pero no es bueno decirles nada” y con una extraordinaria maestría Salinger nos mete en la escena y en su significado con una canción Smoke Gets in Your Eyes.
En la fotografía que he elegido para presentar el libro he dudado entre varias láminas de pintores que den significado al título, mi duda estaba entre la del Campo de cebada con segador al mediodía junto con La figura de un escolar de Van Gogh o La niña con regadera de Renoir, creo que si le preguntara a Holden elegiría a Phoebe. Aconsejo leerlo claro que sí, aunque no seáis adolescentes ni tampoco profesores solo porque Holden nos invita a hacerlo “Dios mío, ojala hubieran podido estar allí”.