Título: Alegría
Autor: Manuel Vilas
Editorial Planeta, Barcelona 2019
Número de páginas: 351
Me decidí a leer este libro atraída
simplemente por su título y después de estar leyendo los dos primeros capítulos
me planteo si puede haber almas gemelas, me parecía estar hablando conmigo
misma. Nacidos en una misma década, de una misma tierra natal, pertenecemos a
la generación de la E.G.B., el B.U.P. y el C.O.U., la generación de las siglas
y los eufemismos que intentaban borrar un pasado donde la dictadura había
degradado hasta las profesiones tan honorables como la de “maestro de escuela”.
Disfrutamos nuestros jóvenes tiempos de Universidad en la misma ciudad viviendo
los coletazos de una transición política donde los universitarios zaragozanos
lejos de la movida madrileña seguíamos cantando Libertad sin ira. Las
mismas montañas en invierno y los mismos atardeceres en las playas de Cambrils
en verano. Igualmente, montados en el icónico seat 124 en los viajes en familia
y conduciendo en mi caso el seat 127 uno de “los utilitarios que triunfaban
en la España de aquel tiempo”. Comenzamos a fumar como “conducta social
que uniformaba” “Ayer fumábamos. Hoy miramos un teléfono. Somos lo mismo.” O
quizá no “Yo creo que estoy vivo, y me produce una enorme alegría estar
vivo, y creo que aquellos que fui siguen vivos en mí, aunque ya no existan”
No es un libro con planteamiento,
nudo y desenlace, es un libro donde a través de los distintos lugares que
visita por el éxito que ha tenido con su anterior libro, el contacto con los
objetos que le rodean y las personas con la que se relaciona nos abre la puerta
a su interior y nos desvela un universo común a muchos.
Es de esos observadores incansables
de la vida en los hoteles, en los supermercados, en las estaciones o en los
aeropuertos “Me dedico a ver la intensidad con que se saluda la gente.
Imagino los vínculos por la clase de abrazos, por los besos, por las sonrisas.”
William James, un psicólogo
estadounidense elaboró una teoría sobre las emociones que sigue teniendo
repercusión en la actualidad y decía que estamos alegres porque reímos, quizá
en nuestra edad adulta esto se da con más frecuencia que en nuestra infancia o
juventud que todo resulta más espontaneo. Hay un precioso párrafo donde Manuel
Vilas nos cuenta la alegría que sintió cuando le regalaron unas chanclas de
pequeño y reclama su necesidad de volver a sentir la misma alegría. En otras
ocasiones esta emoción no es tan fácil, sino que se presenta con muchas aristas
como en la callada alegría que manifiesta al acompañar a su hijo para comprarle
un regalo a sabiendas que cuando pase el tiempo ese momento formará parte de
los recuerdos de su hijo y no quiere estropearlo con detalles que puedan echar
a perder esos instantes como ahora están formando parte en él los recuerdos de
su padre. Lo echa de menos, lo reconoce en todos sus gestos, sus costumbres,
sus pensamientos, cuando coloca las zapatillas al lado de la cama de la misma
forma que lo hacía su padre, o le toma la fiebre a su mujer con el mismo gesto
que hacia su padre con él y con su hermano, o cuando se ponía el abrigo que le regalo su padre y se da cuenta que es el mejor que ha tenido nunca. “Al principio, no le das
importancia. El paso del tiempo, sin embargo, te revela lo importante que es.
Los detalles son siempre importantes porque la vida son solo los detalles de la
vida.” Todo su relato es un derroche de emociones: la ilusión, la belleza,
el silencio, la soledad, la bondad, el arraigo, la raigambre, la providencia,
la misericordia, la resignación o la pureza se convierten en sinónimos de la
alegría. Aunque “que incomprensible es la alegría, que a veces también se
pone la máscara de la desesperación”. También toca el tema del amor “Expresar
el amor tiene su complejidad. No basta con decir “te quiero” la transmisión del
amor necesita materialidad”. Cree en la institución del matrimonio, pero
como alianza entre dos seres humanos “Ella se quedará en Zurich y yo me iré
en un avión, ascenderé hasta las nubes, sobrevolaré los Alpes, y ella seguirá
en casa, estaremos a miles de kilómetros de distancia, pero la belleza seguirá
en nuestros corazones”.
Es un escritor muy original con
estilo propio no había leído nada igual, pero sin embargo me ha hecho sentirme
como en casa, quizá porque como él siento nostalgia de Aragón, de nuestra tierra y también como él recuerdo a Francisco de Goya, a Joaquín Costa, a Luis Buñuel y hasta Santiago Ramón y Cajal. Y recuerdo que Goya también tuvo cuadros en los que pintó la alegría y tiene muchos aunque a los galeristas sólo les gusta sus pinturas negras. Y ahora también recordaré Manuel Vilas y a Fermin como hombres ilustres aragoneses.
Quizá forme parte de su estilo, pero
al terminar el libro me ha quedado un cierto poso de preocupación porque aparece también como un escritor atormentado de la vida perseguido por la constante necesidad de
tomar barbitúricos, me pasó algo parecido al terminar de leer a Hemingway en Adiós a las
armas, aunque en este caso tras la historia contada aparece un escritor
atormentado que no cesa de beber. En
cualquier caso, podríamos definir como se muestra Manuel Vilas en este libro,
podríamos entrar en debates filosóficos acerca de los conceptos y emociones que
define, podríamos elucubrar sobre lo nuevo de su estilo literario pero lo que
considero esencial es que el libro te lleva a reflexionar sobre la vida y la
importancia de haberse sentido querido por las personas que ya no están y el
futuro de las que quedan. Tarde o temprano todo quedará convertido en alegría.La gallinita ciega, Francisco de Goya y Lucientes, Museo del Padro |
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